17.07.2021
Este programa de obras ilumina una genealogía en común en esas regiones llamadas Latinoamérica y Medio Oriente (regímenes políticos opresivos, ciclos de inmigración, expropiación) para sumergirse en una excavación, la del diálogo entre artistas de dichas regiones, y hallar lazos que conectan los territorios en sus relatos.
«Cuando se cuente nuestra historia se va a contar la historia de nuestro pueblo.»
Las representaciones estereotipadas desde el pensamiento Occidental construyeron una violencia y un imaginario sobre nosotres mismes, un relato milenario y repetido tantas veces. ¿Cómo sacudir y depurar una creencia sostenida con cimientos tan caros? El lugar que ocupan los cuentos en nuestras configuraciones del mundo, de nuestras comunidades e identidades, no debería subestimarse. Lo que se nombra, aparece.
Reconozco la dificultad de no romantizar los procesos revolucionarios como si la seducción colonizadora no existiera en nosotres: ¿a costa de quiénes y de cuántes nos encontramos vivas para poder escribir un texto o filmar una película? Me animo entonces a arrojar mis puntos cardinales a modo de recordatorios para acercarme a dicho programa sin aplanar sus relieves: 1. los pueblos renacen porque se organizan, 2. las películas no retratan ningún pueblo vencido, 3. los discursos occidentales no son una herencia, 4. la poesía también es un gesto de denuncia.
En fin, suprimir el eufemismo de decir “conquista” en vez de “robo”, “desaparición” en vez de decir “genocidio”, “zona de conflicto” para retratar una ciudad en llamas.
Los eternos jefes y dueños que ponderan la riqueza sobre la vida, son los mismos que sostuvieron el micrófono sepultando la voz baja y las subjetividades. Los pueblos se ponen pálidos por el polvo de los pisotones y las bombas. Una nube queda suspendida en el aire; es la historia compartida, la de nuestres (ante)pasades: las raíces se unen en alguna capa profunda difícil de escarbar con las uñas.
Artistas y curadora buscan encontrarse en un ejercicio de (des)identificación: se citan, se nombran, se provocan memorias de sus países y familias, alguien fue referente y maestre para otre, muches se reconocen en el exilio y responden, sin querer, preguntas que lanzaron años atrás. Las obras conforman un juego de espejos y comienzan a hablar solas cuando la playlist se activa, un espacio-tiempo donde los cuerpos tienen lugar y la palabra viaja como un eco. Algún día llegará a otro desierto.
¿Es posible una estética emancipada?
Como las fronteras marcan la tierra y declaran los límites para desconectar los territorios que están contiguos, este proyecto invita a raspar los bordes para que se confundan, algo del mapa escolar se me olvida y algunas ciudades se acercan más. Los discursos se conectan: acto cicatrizante (como si la metáfora alcanzara) para elaborar una venganza poética, tomando un lugar que les fue negado, buscando desarmar una estructura de poder. Y aunque estas películas surgen en distintos puntos del mapa, nacen en el remolino de una lucha en curso y hacen una familia de voces, acaso un coro.
Donna Haraway (merece esta señora que le robe el concepto) arroja esta posibilidad, la de “crear parentescos”, la de la comunicación y la comunidad (video-correspondencias) en trabajar con otres. Es como escribir una carta a distancia (la del tiempo) que sí llega… y los años se superponen. Supongo que es parecido a ver una persona desconocida en la calle que te recuerda a una tía.
Bajo esta reivindicación, una de las artistas que conforman esta programación, Elena Tejeda Herrera (Perú) dice sobre su obra performática Recuerdo (1998): “Me presenté en una enorme bolsa de plástico negra, como las bolsas para cadáveres que se almacenan en las morgues. Un hombre me cargó desde un lugar escondido hacia un pasillo dentro de la universidad y me colocó en el piso, sobre uno de los rosetones, y luego se alejó. Luego de un momento de silencio, comencé a cantar la siguiente letra de un conocido vals peruano: Ódiame, ten piedad, te lo ruego. Ódiame sin límites y sin piedad. Tu odio quiero más que tu indiferencia. Porque el odio duele menos que el olvido.” El ejercicio de la memoria aparece desde el cuerpo en un escenario real, vuelve a montar la violencia (la masacre de nueve estudiantes a cargo del ejército peruano) y la encarna. El público presencia una temporalidad cruda delante suyo, una manifestación.
Measures of Distance (1988) de Mona Hatoum (Líbano) es un cuento arqueológico sobre el exilio y la distancia provocada por la guerra. Recurre al archivo para revivir el pasado y lee en voz alta las cartas de su madre mientras se sobreimprimen con fotos familiares. “Ojalá vengas a visitar pronto”, le reclama. Las conversaciones privadas de la familia se cuelan y aparece la infancia, lo que no se animaron a decirse cuando vivían en el mismo hogar. Da la sensación de acercarnos cada vez más a su intimidad, reconociendo rasgos de esas mujeres en la sala conversando, la nostalgia se interna e inaugura una habitación silenciosa donde estamos sólo nosotres espiando, acercando el oído a la puerta para escuchar los susurros ‘Ya sabes… en este país…’ ”.
No hay exclusividad en las heridas, todo tiene que ver con todo.
En Vacas (2002), Gabriela Golder (Argentina) filma la pantalla de su televisión. El cuadro pixelado muestra la noticia de un grupo de vecinos que asaltan un camión de vacas volcado en la ruta, la escena muestra, de fondo, un trabajo en equipo, la organización para no pasar hambre, más atrás la crisis económica en 2002. La escena es visceral, la artista desarma el espectáculo con golpes y zooms, no esconde el corte, construye una banda sonora de ruptura y tensión.
Akram Zaatari (Líbano) invoca anécdotas con una cámara viva, dedica una carta; (¿una invitación o una despedida?) Red chewing gum (2000) es un corto erótico para atesorar lo que ya no existe, el paisaje de su barrio cuando tenía 15 años y la relación con su ex novio.
Ahora un camión de Coca-Cola desfila por la ciudad, es lo único que brilla en esa calle, un grupo de niñes lo saluda desde los hombros de sus padres. El globo se pincha cuando el montaje interrumpe con un juego irreverente: inventa escenas con los mismos materiales. Mediante la estrategia de la ironía, este found footage llamado Cinépolis, la capital del Cine (2003) de Ximena Cuevas (México) convierte nuestra vida cotidiana en una película de terror. Introduction to the End of an Argument (1990) de Jayce Salloum le responde como una continuación, abre el cine dentro del cine: desarma y emula una película hollywoodense, usando recursos reconocibles y trillados de la comedia y el cine de acción. Toda la película gira en torno a la promesa del sueño americano señalando el racismo con un denso humor.
Revisar los relatos con los que hemos crecido y desarmarlos esconde una potencia: narrarnos y nombrarnos. ¿Cómo no pensar en desarticular reglas tan filosas incrustadas en nuestro habitar: les ídoles, el idioma, las enciclopedias, los festivales a los que aplicamos para que nos elijan?
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